¿CÓMO EDUCAR PARA LA CONVIVENCIA PACÍFICA
ESCOLAR?
Para esbozar algunas pautas en torno al reto
de cómo educar para la convivencia pacífica escolar, es necesario asumir el Movimiento-Visión
Hacia una Cultura de Paz como fundamento y el principio de “equidad
intergeneracional” como responsabilidad. En este sentido es necesario
partir del conocimiento y promoción de los derechos de la niñez y juventud,
según se recogen en la Convención Internacional de los Derechos de la Niñez,
teniendo siempre presente que tienen derechos a la supervivencia, al
desarrollo, a la protección, y con igual importancia derechos a la
participación. Una escuela o comunidad educativa promotora de derechos,
es una donde hay coherencia entre sus objetivos, sus contenidos, su
organización y la práctica educativa. Como nos recuerda Nélida Céspedes: “Es
indispensable asumir la educación como un derecho y los derechos humanos de la
niñez [y la juventud] como práctica educativa.” Sólo así la
comunidad educativa podrá ser a su vez gestora de la convivencia pacífica.
Al estudiar los trabajos teóricos y prácticos
que nos acercan a la escuela que promueve el aprender a convivir en respeto a
los derechos de todos y todas, extraemos unas pautas que sugerimos para el trabajo
propuesto como meta – el de educar para la convivencia escolar pacífica.
Éstas asumen una visión de la escuela como contexto para el desarrollo integral
de la niñez y la juventud, entrelazándose unas con otras para
potenciarlo. Proveen a su vez para superar la cultura de violencia
aspirando aportar a una cultura de paz desde la escuela como entidad formativa.
Veamos algunas de éstas, que no son de ninguna manera exhaustivas, si no punto
de partida:
1. Clima de
seguridad, respeto y confianza. En momentos que los entornos sociales –
desde los más inmediatos como la familia, el vecindario o la ciudad, hasta los
aparentemente más distantes como puede ser el conflicto bélico en Iraq –
proveen para el desarrollo de nuestra niñez y juventud en la cultura de
la violencia, y representan ambientes “socialmente tóxicos”, se hace
indispensable articular un espacio educativo seguro. Esto no quiere decir
que debemos aislar y “sellar” las escuelas de sus múltiples entornos,
encerrándolas y convirtiéndolas en escenarios de máxima vigilancia y
control. Implica una visión de seguridad basada en la apertura, la
prevención y la atención inmediata a los incidentes de violencia desde temprana
edad. Se busca garantizar la seguridad física de sus integrantes, creando un espacio
para la no violencia donde es fundamental proveer para la seguridad afectiva
construyendo un clima de respeto y confianza.
2. Relaciones
de apoyo con las familias y la comunidad. La escuela debe proveer una
red de apoyo social al estudiante, en relación con su familia y la
comunidad. Al brindar acceso a los miembros de la comunidad inmediata, la
escuela puede servir para articular servicios que las familias necesitan para
una mejor calidad de vida. La familia y la comunidad no deben percibirse
como un problema, sino como una oportunidad para el crecimiento mutuo y la
convivencia. Se requiere articular esfuerzos preventivos para atajar la
violencia en y con los integrantes de las familias y comunidades de nuestros
estudiantes.
3. Educación
emocional. Las educadoras para la paz, Linda Lantieri y Janet Pati, nos
sugieren que la definición de una persona educada debe incluir la “educación
del corazón”. Proponen que la educación debe promover la competencia social y
emocional de los estudiantes al integrar “destrezas de vida” a su experiencia
educativa. Es necesario educar para el reconocimiento, la expresión, el
manejo y el auto-control de las emociones. En la educación emocional se
enseña a comunicar sentimientos, experiencias y preocupaciones. Buscamos
desarrollar la empatía por los sentimientos y situaciones de vida de los demás,
a la vez que promovemos la solidaridad. Se utilizan los dibujos, las
canciones, los cuentos y el teatro como recursos excelentes para el reconocimiento,
expresión y comunicación de las emociones.
4. Prácticas
para el crecimiento, la apertura y la tolerancia. La experiencia
educativa tiene que partir de la realidad de los estudiantes y propiciar el
aprendizaje activo y con sentido, en otras palabras “aprendizaje auténtico”
para el conocimiento y la transformación. Es necesario privilegiar el
aprendizaje cooperativo y colaborativo para aprender a vivir y trabajar con
otros. Además propiciar la adquisición de herramientas para comprender
los prejuicios, apreciar la diversidad y practicar la tolerancia. Es
necesario superar la “cultura del miedo” que se nos comunica a diario,
especialmente a través de la televisión, y suplantarla por una cultura de la
pregunta, la indagación y el pensamiento crítico. En este sentido, la escuela
“no puede ser una fortaleza, ni un santuario, si no un lugar para emancipación
en contacto con la vida real.”
5. Resolución
no violenta de conflictos. Es necesario asumir la “pedagogía del
conflicto” en contraposición a la educación tradicional que persigue evitar o
anularlo. En la perspectiva tradicional, cuando los conflictos
surgen, no se tratan, ni solucionan, por otro lado se sancionan con castigos.
Se entiende la disciplina como un fin. En la pedagogía del conflicto,
éste se asume y se entiende como eje de la convivencia. Es base para la
discusión y promoción de formas no violentas de abordarlo. La disciplina
no es un fin, si no un medio para la convivencia. Es importante recalcar
que la mediación y la resolución no violenta de conflictos debe ser medio para
la convivencia entre todos los actores y sectores de la comunidad
escolar.
6. Participación
democrática. Una escuela promotora de derechos y convivencia pacífica
tiene que ser una escuela participativa que fomente la ampliación progresiva de
la autonomía de los estudiantes. Como nos señala el educador Miguel
Massaguer:
“Si queremos de verdad una escuela
participativa, donde el diálogo y la confianza mutua sean a la vez un valor y
un procedimiento, si queremos que la convivencia, la disciplina y el conflicto
no sean planteados como problemas, sino como ocasiones educativas únicas, las
estructuras que presiden la vida escolar deben ser participativas y la escuela
debe ser ‘nuestra’ de todos y todas.”
En una escuela participativa, las normas de
convivencia se acuerdan colectivamente. Se fomenta la expresión y verdadera participación
de todos los integrantes de la comunidad escolar proveyendo actividades para su
desarrollo y ejecución. Al abordar el tema de la participación de la
niñez y la juventud, es importante considerar el trabajo de Roger Hart sobre
este tema y que se resume en la llamada “escalera de la participación”. Ésta
nos provee un marco para evaluar si las actividades que desarrollamos fomentan
la verdadera participación de la niñez y la juventud al superar papeles
decorativos o asignados, y promover sus decisiones informadas y sus
iniciativas.
Para finalizar comparto unas palabras de
Xesús Jares sobre la importancia de educar para la paz y la convivencia.
Nos señala:
“Los educadores tenemos que hacer frente al
reto de contribuir al tránsito de una cultura de violencia – en que la guerra
sigue teniendo especial relevancia –, a una cultura de la paz. Es decir,
recuperar la paz desde los primeros años para el conjunto de los ciudadanos;
vivir la paz . . . como un proceso activo, dinámico y creativo que nos lleve a
la construcción de una sociedad más justa, sin ningún tipo de exclusión,
social, libre y democrática.


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