viernes, 30 de septiembre de 2011
EDUCAR PARA LA CONVIVENCIA ESCOLAR PACIFICA
EDUCAR PARA LA CONVIVENCIA ESCOLAR PACÍFICA:
PRINCIPIOS Y PAUTAS EN TORNO A POR QUÉ, PARA QUÉ Y CÓMO
I. ¿Por qué educar para la convivencia
escolar pacífica?
Toda reflexión, inevitablemente evoca
imágenes que se nos quedan grabadas por siempre. Justo antes de iniciar esta
reflexión en torno a por qué, para qué y cómo educar
para una convivencia escolar pacífica, evoqué tres imágenes televisivas muy
recientes. En la primera, vemos como en un homenaje a militares puertorriqueños
que acaban de retornar de Iraq, les obsequian a sus niños un “kit de guerra”,
como si fuera un divertido juego. En la segunda, un grupo de eufóricos jóvenes
de secundaria ondean banderas partidistas, unos sobre un vehículo de campaña y
otros - a punto de motín - frente a su escuela, ante la posibilidad de que se
cambie el método de calificación.
El clima en estas imágenes - y que se vive a
diario en muchas de nuestras escuelas - es un claro reflejo de la cultura de
violencias y contraviolencias que prevalece en todo el país. Vemos a diario
fenómenos sociales íntimamente relacionados: el trasiego de armas y drogas, la
corrupción, la criminalidad, la marginación socio-económica, el deterioro en la
salud mental, y sobre todo, un clima generalizado de polarización, intolerancia
y hostilidad que se ha exacerbado a lo largo de estos comicios electorales.
su vez, dicho clima refleja el hecho de que
vivimos inmersos en la “crisis de la modernidad” y las manifestaciones
que la definen: el consumismo desmedido; el culto al cuerpo y a la cultura de
la imagen; el agotamiento de los mega discursos ideológicos y de la política
partidista; la convivencia en la diversidad como desafío; el individualismo
exacerbado; el conformismo social; la mercantilización del conocimiento; el
encumbramiento de las nuevas tecnologías como fuente de riqueza y poder; la
mundialización de la cultura; el culto a una cultura de guerra y de muerte; y
una creciente globalización de la violencia.
Ante el dilema sobre qué hacer frente a la
violencia desenfrenada que impera y lacera nuestra fibra social, y siendo el
mal uno de fondo, nuestra respuesta no puede ser represiva y punitiva,
sino preventiva. Más aún, como nuestras escuelas no escapan a esta
violenta realidad, si no que constituyen un microcosmo de dicha crisis, estamos
ante una tarea formativa conjunta. Como bien afirma una cápsula radial del
Sindicato Puertorriqueño de Trabajadores: “Convivir en paz es asunto de
todos” - escuela, universidad, hogar, comunidad, gobierno y sociedad civil.
La tercera imagen televisiva que vino a mi
memoria, nos brinda una opción real para esta tarea compartida. Se trata de un
entusiasta grupo de adolescentes en las favelas en Río de Janeiro,
participando como aprendices de cineastas, en un creativo proyecto
llamado Gente que Brilla. Pocas veces presenciamos este tipo de imagen
en Puerto Rico. Me refiero a estudiantes que sobreviven con éxito la cultura de
drogas y violencia en que viven y conviven, gracias a iniciativas centradas en
sus intereses y en su desarrollo óptimo. A mi juicio, sólo iniciativas de esta
naturaleza podrían propiciar una mejor convivencia y frenar la “deserción
escolar”, ya que no existe tal “deserción”. Se trata más bien de la pérdida de
talentos de innumerables estudiantes que, aún en medio de la adversidad, serían
capaces de “brillar” si le brindáramos un entorno apropiado.
Y como la paz empieza por casa, nuestro punto
de partida obligado en términos de reflexionar acerca del por qué educar en
la convivencia pacífica escolar es precisamente la cultura de la violencia
que siempre ha estado entretejida en muchas de las políticas y prácticas
educativas. No fue hasta los 90's, sin embargo, a raíz de la escalada mundial
de violencia en las escuelas y de las políticas de vigilancia, "cero tolerancia"
y "mano dura" que surgieron, que se inició el estudio de esta
violencia institucionalizada. En lugar de responsabilizar exclusivamente a los
jóvenes por la violencia, surgió desde entonces un rechazo a aquellas prácticas
y políticas educativas que no cuestionan las raíces de la violencia, ni su
inferencia en términos de generar violencia desde las propias estructuras
escolares y sociales.
El origen de esta "violencia
sistémica en la educación" es claro. Proviene de las propias
estructuras de poder y de personas en posiciones de autoridad institucional.
Los criterios centrales que la definen son amplios pero precisos: ¿Gravan
emocional, cultural, espiritual, económica o físicamente al estudiantado?¿Vulneran
la dignidad de la comunidad educativa? ¿Afectan en alguna medida la
docencia y el aprendizaje?
Esta "violencia educativa sistémica"
está siendo cada vez más estudiada, sobre todo desde políticas y prácticas que
se ha comprobado promueven un clima de violencia y discriminación, tales como:
las pedagogías autoritarias; el castigo corporal; los sesgos en el currículo;
las categorizaciones a partir de “etiquetas”; los diagnósticos clínicos
seguidos por “intervenciones” deficitarias; ciertos métodos de evaluación desde
“estándares”’ que no reconocen la diversidad; el alto grado de hacinamiento e
impersonalismo presente en el aula; y la formación de rasgos de personalidad
agresivos y antidemocráticos en contextos de inequidad e intolerancia.
Políticas y prácticas como las mencionadas
son “letales”, ya que constituyen actos de violencia, estigmatización y
exclusión. Como en ellas se encuentra el germen de
muchos de los actos vandálicos, motines, agresiones, balaceras y masacres que
hoy presenciamos en las escuelas del mundo, ciertamente deben ser un punto
prioritario en nuestra agenda compartida.
EDUCAR PARA LA CONVIVENCIA ESCOLAR "SEGUNDA PARTE"
¿Para qué
educar para la convivencia pacífica escolar?
Con motivo de la designación del año 2000
como Año Internacional de la Cultura de Paz, un grupo de Premios Nobel
de la Paz esbozó una Agenda para una Cultura de Paz conocida como el Manifiesto
2000. Puntualizo a continuación sus principios centrales, porque sientan
las pautas centrales para educar en la convivencia pacífica: (a) respetar la
dignidad de todas las vidas, sin discriminación ni prejuicio; (b) rechazar la
violencia en todas sus formas y manifestaciones, practicando la no violencia
activa; (c) liberar la generosidad, a fin de terminar con la exclusión, la
injusticia y la opresión; (d) escuchar para comprenderse - desde la diversidad
- privilegiando el diálogo; (e) preservar el planeta, mediante un consumo
responsable y un crecimiento sostenible; y, (f) reinventar la solidaridad
humana en todas sus dimensiones, incluyendo la creación de nuevas formas de
compartir los principios democráticos.
Cobijados bajo el movimiento-visión "Hacia
una Cultura de Paz", la UNESCO ha destacado el enorme poder ético de
la sociedad civil en la promoción de una paz que abarque las esferas de la
educación, la cultura, la ciencia, la tecnología y la comunicación, y con
claridad y precisión ha definido sus alcances…
Edificar una cultura de paz significa
modificar las actitudes, las creencias y los comportamientos - desde las
situaciones de la vida cotidiana hasta las negociaciones de alto nivel entre
países - de modo que nuestra respuesta natural a los conflictos sea no violenta
y que nuestras reacciones instintivas se orienten hacia la negociación y el razonamiento,
y no hacia la agresión
Desde la Cátedra UNESCO de Educación para la
Paz, proponemos los siguientes principios y pautas para propiciar una
convivencia escolar menos violenta.
Abordar y confrontar nuestra trágica fascinación
y adicción por la violencia. El culto a la
intensidad expresiva de la fuerza ha dado margen para que idolatremos la
cultura de la violencia en sus variadas formas y manifestaciones y a que se
haya desencadenado una espiral de violencias y contraviolencias sin
precedente.
Construir culturas de paz desde una “paz
integral” y “en positivo”. Nuestro accionar nos
requiere, no sólo abordar una “paz negativa” caracterizada por ausencia
de guerra y conflicto, si no construir una paz con justicia y equidad
estructural, de manera que podamos vivir la paz como meta dinámica y proceso
creativo cotidiano.
Educar para la “paz conflictual”. Como el
conflicto es inherente a la paz, tenemos que asumir ambos, no como opuestos, si
no complementarios. No podemos enmarcar los conflictos en un esquema polarizado
de una batalla entre "enemigos", sino en una problemática a resolver
mediante la mediación, el consenso y la reconciliación.
Trasformar toda entidad formativa en “fuerza
de paz”. Nuestra tarea prioritaria es ser promotores
de una cultura de paz construida sobre la base de un desarrollo humano
sostenible e inspirada en la justicia, la equidad, la libertad, la democracia y
el respeto pleno de los derechos humanos. Dicha tarea nos requiere convertir la
universidad, la escuela y toda entidad formativa en espacio de diálogo sobre
los problemas más insolubles de nuestro tiempo.
Asumir nuevos paradigmas de investigación,
educación y acción. Es necesario armonizar estas tres
vertientes en una misma agenda: construir una cultura de reducida violencia y
elevada justicia, desde una perspectiva ética que exige poner la palabra en la
acción y una transición hacia una investigación de pertinencia social y un
currículo constructivista e interdisciplinario donde aprendamos a compartir, a
convivir y a vivir.
Educar en valores éticos. En última
instancia, será necesario asumir el aula como espacio deliberativo para la
formación ética y propiciar la clarificación de valores, el juicio moral
autónomo, la resolución de conflictos y una autoestima saludable en los
aprendices. Lo que implica, que tendremos que desplazar la pedagogía
autoritaria por una pedagogía de la pregunta, del cuestionamiento, del disenso
y del consenso.
Educar desde una visión de “equidad
intergeneracional. La noción de "equidad
intergeneracional" plantea la búsqueda de un nuevo tipo de justicia -
la equidad entre gene-raciones entrantes y gene-raciones salientes. Nos exige
ubicar la juventud, la niñez y las nuevas generaciones en un lugar prioritario
en toda iniciativa social y nos compromete a explícitamente edificar, a partir
de un nuevo modo de pensar y sentir, un mundo menos violento y más saludable
para nuestros descendientes.
La noción ha sido propuesta por UNICEF como “la
nueva ética para el nuevo milenio”, con la esperanza de que el llamado
“progreso” de las naciones recupere su verdadero significado. Esta
"nueva ética", es cónsona con el Decenio Internacional de
una Cultura de Paz y Noviolencia para la Niñez de la ONU y con el llamado
del Consejo Mundial de Iglesias en este Decenio para Superar la Violencia
(2001-2010). Les exhorto pues, a que hagamos nuestra esta nueva ética intergeneracional
como punto clave en nuestros esfuerzos conjuntos para construir culturas
escolares de convivencia pacífica, enmarcando nuestras iniciativas en la sabia
advertencia que nos dejara el gran educador brasileño Pablo Freire:
La Educación para la Paz no debe ser una
educación para volver a la gente más pacífica, sino para volverla capaz de
examinar la estructura económica y social, en cuanto estructura violenta.
Por último, recuerden que el poder de las
imágenes es innegable. Con intuición e imaginación, creamos a través de ellas
nuestra percepción de la realidad y del ser humano mismo. De ellas se
desprenden valores y actitudes que plasmamos en nuestros sistemas normativos y
personales. Les invito pues, a imaginar a todas y todos nuestros estudiantes como
“gente capaz de brillar en un futuro” y a brindarles las herramientas y
el espacio necesarios para que alcancen su “brillo” único y especial.
EDUCAR PARA LA CONVIVENCIA PACIFICA ESCOLAR "TERCERA PARTE"
¿CÓMO EDUCAR PARA LA CONVIVENCIA PACÍFICA
ESCOLAR?
Para esbozar algunas pautas en torno al reto
de cómo educar para la convivencia pacífica escolar, es necesario asumir el Movimiento-Visión
Hacia una Cultura de Paz como fundamento y el principio de “equidad
intergeneracional” como responsabilidad. En este sentido es necesario
partir del conocimiento y promoción de los derechos de la niñez y juventud,
según se recogen en la Convención Internacional de los Derechos de la Niñez,
teniendo siempre presente que tienen derechos a la supervivencia, al
desarrollo, a la protección, y con igual importancia derechos a la
participación. Una escuela o comunidad educativa promotora de derechos,
es una donde hay coherencia entre sus objetivos, sus contenidos, su
organización y la práctica educativa. Como nos recuerda Nélida Céspedes: “Es
indispensable asumir la educación como un derecho y los derechos humanos de la
niñez [y la juventud] como práctica educativa.” Sólo así la
comunidad educativa podrá ser a su vez gestora de la convivencia pacífica.
Al estudiar los trabajos teóricos y prácticos
que nos acercan a la escuela que promueve el aprender a convivir en respeto a
los derechos de todos y todas, extraemos unas pautas que sugerimos para el trabajo
propuesto como meta – el de educar para la convivencia escolar pacífica.
Éstas asumen una visión de la escuela como contexto para el desarrollo integral
de la niñez y la juventud, entrelazándose unas con otras para
potenciarlo. Proveen a su vez para superar la cultura de violencia
aspirando aportar a una cultura de paz desde la escuela como entidad formativa.
Veamos algunas de éstas, que no son de ninguna manera exhaustivas, si no punto
de partida:
1. Clima de
seguridad, respeto y confianza. En momentos que los entornos sociales –
desde los más inmediatos como la familia, el vecindario o la ciudad, hasta los
aparentemente más distantes como puede ser el conflicto bélico en Iraq –
proveen para el desarrollo de nuestra niñez y juventud en la cultura de
la violencia, y representan ambientes “socialmente tóxicos”, se hace
indispensable articular un espacio educativo seguro. Esto no quiere decir
que debemos aislar y “sellar” las escuelas de sus múltiples entornos,
encerrándolas y convirtiéndolas en escenarios de máxima vigilancia y
control. Implica una visión de seguridad basada en la apertura, la
prevención y la atención inmediata a los incidentes de violencia desde temprana
edad. Se busca garantizar la seguridad física de sus integrantes, creando un espacio
para la no violencia donde es fundamental proveer para la seguridad afectiva
construyendo un clima de respeto y confianza.
2. Relaciones
de apoyo con las familias y la comunidad. La escuela debe proveer una
red de apoyo social al estudiante, en relación con su familia y la
comunidad. Al brindar acceso a los miembros de la comunidad inmediata, la
escuela puede servir para articular servicios que las familias necesitan para
una mejor calidad de vida. La familia y la comunidad no deben percibirse
como un problema, sino como una oportunidad para el crecimiento mutuo y la
convivencia. Se requiere articular esfuerzos preventivos para atajar la
violencia en y con los integrantes de las familias y comunidades de nuestros
estudiantes.
3. Educación
emocional. Las educadoras para la paz, Linda Lantieri y Janet Pati, nos
sugieren que la definición de una persona educada debe incluir la “educación
del corazón”. Proponen que la educación debe promover la competencia social y
emocional de los estudiantes al integrar “destrezas de vida” a su experiencia
educativa. Es necesario educar para el reconocimiento, la expresión, el
manejo y el auto-control de las emociones. En la educación emocional se
enseña a comunicar sentimientos, experiencias y preocupaciones. Buscamos
desarrollar la empatía por los sentimientos y situaciones de vida de los demás,
a la vez que promovemos la solidaridad. Se utilizan los dibujos, las
canciones, los cuentos y el teatro como recursos excelentes para el reconocimiento,
expresión y comunicación de las emociones.
4. Prácticas
para el crecimiento, la apertura y la tolerancia. La experiencia
educativa tiene que partir de la realidad de los estudiantes y propiciar el
aprendizaje activo y con sentido, en otras palabras “aprendizaje auténtico”
para el conocimiento y la transformación. Es necesario privilegiar el
aprendizaje cooperativo y colaborativo para aprender a vivir y trabajar con
otros. Además propiciar la adquisición de herramientas para comprender
los prejuicios, apreciar la diversidad y practicar la tolerancia. Es
necesario superar la “cultura del miedo” que se nos comunica a diario,
especialmente a través de la televisión, y suplantarla por una cultura de la
pregunta, la indagación y el pensamiento crítico. En este sentido, la escuela
“no puede ser una fortaleza, ni un santuario, si no un lugar para emancipación
en contacto con la vida real.”
5. Resolución
no violenta de conflictos. Es necesario asumir la “pedagogía del
conflicto” en contraposición a la educación tradicional que persigue evitar o
anularlo. En la perspectiva tradicional, cuando los conflictos
surgen, no se tratan, ni solucionan, por otro lado se sancionan con castigos.
Se entiende la disciplina como un fin. En la pedagogía del conflicto,
éste se asume y se entiende como eje de la convivencia. Es base para la
discusión y promoción de formas no violentas de abordarlo. La disciplina
no es un fin, si no un medio para la convivencia. Es importante recalcar
que la mediación y la resolución no violenta de conflictos debe ser medio para
la convivencia entre todos los actores y sectores de la comunidad
escolar.
6. Participación
democrática. Una escuela promotora de derechos y convivencia pacífica
tiene que ser una escuela participativa que fomente la ampliación progresiva de
la autonomía de los estudiantes. Como nos señala el educador Miguel
Massaguer:
“Si queremos de verdad una escuela
participativa, donde el diálogo y la confianza mutua sean a la vez un valor y
un procedimiento, si queremos que la convivencia, la disciplina y el conflicto
no sean planteados como problemas, sino como ocasiones educativas únicas, las
estructuras que presiden la vida escolar deben ser participativas y la escuela
debe ser ‘nuestra’ de todos y todas.”
En una escuela participativa, las normas de
convivencia se acuerdan colectivamente. Se fomenta la expresión y verdadera participación
de todos los integrantes de la comunidad escolar proveyendo actividades para su
desarrollo y ejecución. Al abordar el tema de la participación de la
niñez y la juventud, es importante considerar el trabajo de Roger Hart sobre
este tema y que se resume en la llamada “escalera de la participación”. Ésta
nos provee un marco para evaluar si las actividades que desarrollamos fomentan
la verdadera participación de la niñez y la juventud al superar papeles
decorativos o asignados, y promover sus decisiones informadas y sus
iniciativas.
Para finalizar comparto unas palabras de
Xesús Jares sobre la importancia de educar para la paz y la convivencia.
Nos señala:
“Los educadores tenemos que hacer frente al
reto de contribuir al tránsito de una cultura de violencia – en que la guerra
sigue teniendo especial relevancia –, a una cultura de la paz. Es decir,
recuperar la paz desde los primeros años para el conjunto de los ciudadanos;
vivir la paz . . . como un proceso activo, dinámico y creativo que nos lleve a
la construcción de una sociedad más justa, sin ningún tipo de exclusión,
social, libre y democrática.
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